La mujer en la transición
demográfica
El profundo cambio en las
normas y actitudes en las relaciones personales modernas se refleja en
transformaciones en la fecundidad y la familia que han caracterizado el cambio
demográfico reciente. De manera paralela, la importancia de los valores en la
explicación de las tendencias demográficas observadas durante la transición
demográfica no implica que los factores estructurales no sean importantes: los
factores económicos tienen tanta importancia como los cambios en las normas y
actitudes. De hecho, los valores dependen del contexto político, económico y
demográfico. En la medida en que este contexto cambia los valores se refuerzan
o se debilitan y a nivel social se construyen y reconstruyen en constante interacción
con las circunstancias sociales y económicas.
La importancia de la
autonomía individual es una parte crucial en la manifestación de los cambios en
los comportamientos demográficos de hoy día. Pero la autonomía y la realización
personal, así como la transición hacia un modelo de familia más moderna e
individualista, son ciertamente más revolucionarios para la vida de las mujeres
que para la vida de los varones.
Estos cambios también se
vinculan con los distintos niveles de equidad de género alcanzados en mayor
medida en instituciones donde el individuo es central (sistema educativo y
mercado laboral) que en instituciones donde lo central es la familia.
La decisión de tener hijos
no está desprovista del significado atribuido a este hecho en la biografía
personal; tampoco lo está de las implicancias del género dado que la maternidad
en el contexto de vida femenino adquiere un significado distinto al que tiene
la paternidad. Esto todavía permanece anclado en la construcción cultural de
identidades de género, que asocian maternidad e identidad femenina con mucha
mayor fuerza de lo que asocian paternidad e identidad masculina.
El acceso a los servicios de
planificación de familiar, ha brindado a las mujeres la posibilidad de tener
una mejor preparación en capital humano al contar con niveles de enseñanza
superior, a disminuir el número de hijos, lo que ha permitido conciliar la
crianza de su descendencia con el empleo. Además, como resultado de la atención
prenatal, obstétrica y neonatal se ha logrado aumentar el número de años de
vida sana al reducirse la discapacidad y la muerte prematura de las mujeres y
los recién nacidos.
La planificación familiar se
refleja principalmente en el acceso al uso de métodos anticonceptivos. En 1976
se registró que 30.2 por ciento de las mujeres en edad fértil unidas usaban
métodos anticonceptivos, poco más de treinta años después el porcentaje aumentó
a 72.3, a pesar de este avance, todavía hay sectores de la población en el
país, sobre todo aquellos con desfavorables condiciones de desarrollo
socioeconómico, que hacen poco uso de este derecho, en esta situación se
destaca sobre todo a las adolescentes que actualmente presentan una prevalencia
anticonceptiva de 44.4 por ciento, las hablantes de lengua indígena con 57.9
por ciento, las que no cuentan con nivel alguno de escolaridad con 60.2 por
ciento y las residentes de zonas rurales con 63.7 por ciento.
El cambio en la estructura
por edad y sexo –feminización de la vejez- con las condiciones de desigualdad
social y económica que prevalecen en el país, así como con el actual perfil
epidemiológico resultado de los aspectos anteriores y de una mayor presencia de
hábitos y conductas de riesgo que implicarán retos en materia de salud que
habrán de enfrentar las mujeres. De acuerdo con datos obtenidos en las
Encuestas Nacionales de Salud y Nutrición (2000 y 2012) el sobrepeso y la
obesidad en las mujeres pasó de 64.1 a 73.02 (2 Barquera, Simón et ál.,
“Prevalencia de obesidad en adultos mexicanos, 2000-2012”, pp. 151-160.) por ciento en esos doce años; la prevalencia
de consumo de alcohol en mujeres mayores de 20 años se ha incrementado de 24.3
a 41.33 (3 Guerrero, Carlos Manuel et ál., “Impacto del consumo nocivo de
alcohol en accidentes y enfermedades crónicas en México”, pp. 282-288.) por ciento, aunque el consumo de tabaco ha
presentado en 12 años una ligera disminución en las mujeres de 20 años y más de
10.2% a 9.9%4. (4 Guerrero,
Todo ello a la falta de
acceso a servicios de salud de calidad que permitan prevenir, diagnosticar,
tratar y en muchos casos curar algunos padecimientos ha ocasionado que entre
1990 y 2012 el cáncer de mama haya aumentado de 12.2 a 17.1 muertes por cada
cien mil mujeres mayores de 25 años, en el mismo periodo la tasa de mortalidad
por diabetes mellitus se incrementó de 33.4 a 73.1 muertes por cien mil mujeres
(un aumento de 54.4 por ciento), lo mismo que las enfermedades isquémicas del
corazón de 21.7 a 54.7 muertes por cien mil mujeres lo que representa un
incremento de 60.3 por ciento5. (5Cálculos de tasas con base en INEGI/SS. Bases
de datos de las defunciones 1990 y 2012 y CONAPO, Proyecciones de la Población
de México, 2010-2050.)
Para poder lograr mejoras en
la salud femenina habrán de establecerse de manera coordinada políticas
educativas y sociales que acerquen, en todos los sentidos, la salud a las
mujeres; una vez logrado el acceso a los servicios de salud conseguir que éste
sea de calidad y permita diagnosticar cualquier padecimiento de manera
oportuna. Del mismo modo habrán de implementarse acciones que logren abatir o
al menos disminuir los factores de riesgo, muchos de ellos modificables y que
responden a la conducta y hábitos de las personas.
Sin embargo, aún en estas
circunstancias las mujeres han mostrado una mayor longevidad en las sociedades
modernas. Actualmente, en el país la diferencia en la esperanza de vida entre
hombres y mujeres es de 5 años. El diferencial podría aumentar con el avance en
la transición demográfica y epidemiológica, a medida que los factores
biológicos de la mortalidad adquieren un mayor peso dentro de los determinantes
de la variable. Así mismo la situación de violencia que vive el país está
determinando una sobre mortalidad masculina en las edades de adultos jóvenes,
lo que repercute en un diferencial elevado en la esperanza de vida.
Por su parte, la mayor
esperanza de vida para las mujeres determina el fenómeno llamado “feminización
de la vejez”: las mujeres sobreviven a sus parejas por un periodo cada vez más
prolongado, para el presente año, la esperanza de vida de las mujeres es de 77
años, en tanto que la los hombres es de 72. La violencia, por su parte, deja
viudas más jóvenes, con hijos más pequeños. Esta, es una situación de
importante desventaja para las mujeres.
Actualmente, de acuerdo con
datos del Censo de Población y Vivienda 2010, el 90 por ciento de los hombres
de 60 años y más vive en hogares familiares, mientras que sólo el 87.4 por
ciento de las mujeres de esta misma edad viven en hogares de este tipo. El 9.2
por ciento de los hombres de 60 y más, vive en hogares unipersonales, frente al
12 por ciento de las mujeres de estas mismas edades. De igual forma, en hogares
corresidentes sólo 0.3 por ciento de los hombres de 60 años y más vive en este
tipo de hogares, en contraste con 0.5 por ciento de las mujeres. Estas cifras,
muestran cómo las proporciones de mujeres que viven sin un entorno familiar
cotidiano son significativamente mayores. De hecho, el 60 por ciento de los
hogares unipersonales donde el jefe es una persona mayor de 60 años corresponde
a las mujeres.
El aumento en la escolaridad
femenina entre las generaciones jóvenes y el incremento de la participación
femenina en los mercados laborales; los programas de apoyo a personas mayores y
los seguros para jefas de familia sin duda son signos positivos, pero se
requieren políticas de género que enfrenten de manera integral el proceso de
envejecimiento con un enfoque de género.
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